20 febrero 2009

El Ángel, el Demonio y el alzheimer

Hoy se habla del alzheimer como del Demonio. Con el mismo pavor con el que antes se refería la gente a la lepra o al cáncer. La “enfermedad del olvido” -te dicen- es lo más terrible que puede pasarle a alguien. Con un añadido no menos triste: los cuidadores de estas personas, principalmente sus familiares, han se soportar ellos mismos un martirio a veces insuperable.

Todavía no se cura. Tampoco hay una vacuna, aunque se experimente en ello. Y, entonces, ¿no hay nada positivo, alentador, que ayude siquiera a ir tirando? Se dice aquello de “Dios aprieta, pero no ahoga”. En mi caso particular, por circunstancias, me he acercado no tanto a la enfermedad como a quienes la sufren. Y he sacado en claro que también entre las espinas crecen algunas flores. Esta frase, que puede parecer una cursilada, tiene aquí su fundamento. Se ven flores, tampoco demasiadas, pero suficientes para levantar una miaja el ánimo.

Me llamaron desde la Fundación, ¿para qué dirás? Pues para que les leyese un cuento mío a ciertas personas con quienes la enfermedad todavía no se ha ensañado del todo. Era una narración sencilla, “El Limón y la Sardina”, sobre las fiestas de Murcia. Y se trataba, a la postre, de que hicieran unos dibujos con la ayuda de jóvenes -¡bendito sea el Señor, todos ellos jóvenes- alumnos de Bellas Artes. Tendrían que reproducir con el lápiz sus recuerdos de aquellos festejos en los que, de una u otra forma, participaron. Y de ahí salió una colección de láminas que fue exhibida y comentada públicamente, con la presencia de los propios autores y también de unas jóvenes (se verá que insisto, por lo que eso tiene de esperanzador) neuropsicólogas de la Unidad de Demencias de la Arrixaca.

Y eso fue todo, que no era escaso. El trato cordial con enfermos y familiares, la experiencia festiva reflejada en papel, los comentarios sobre la obra realizada, las risas, alguna lágrima de felicidad... Esto es terapia moderna. Intento de retrasar el curso de la enfermedad mientras llega la droga milagrosa. Lo dicho: que Dios aprieta, pero no tanto como para no permitir que un grupo de personas sensibles ayude a recordar a esos pacientes tan pacientes que también para ellos resulta alcanzable siquiera una pizca de felicidad.

Sólo un poco, sí, pero que, en su circunstancia, es un mucho.

José García Martínez.

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